Los confites, hechos de azúcar, agua, limón y lo que se te ocurra dentro de ellos, son golosinas de distintos colores que se venden mayormente durante enero y febrero de cada año, específicamente en Carnaval. Los dulces tienen origen en la época colonial española de parte de las manos de religiosas en conventos radicados en la villa. Sin embargo, los indígenas de Potosí son los padrinos de esta delicia típica de las fiestas.
El proceso que llevan los confites requiere de cuidado, sobre todo en los últimos pasos. Primero, se deslíe el azúcar en agua, disolviéndolo por completo en una paila con capacidad como para un quintal. A continuación, se percibe el primer hervor que produce el almíbar, oportunidad para trasladarlo a una paila más pequeña y empezar a sacudirla fuertemente, formando las famosas pepitas blancas con el corazón de coco, maní, arvejas, etc.
Según indígenas maestros en su elaboración, para que tenga consistencia suave se le debe agregar un poco de maicena al almíbar, por otro lado, si se quiere que tenga sabor agradable, la esencia de vainilla es el secreto. También dicen que la espuma que resulta del almíbar contiene impurezas del azúcar, por ello si no se lo quita, podría arruinar la preparación.
Empleando un quintal de azúcar se obtiene un quintal de confite elaborado. Trabajando todo un día, en un promedio de doce horas continuas, “de ocho a ocho” dicen los trabajadores, se obtienen un quintal y medio de confite.
Estos dulces son parte de la costumbre boliviana, sobre todo en celebraciones donde se realice la conocida ch’alla. Su tamaño varía a partir de su uso, si es solo para el consumo, suele ser más grande, pero si es para la ofrendar, se achican.
Su color se divide en 3 clases:
- Los corrientes que exclusivamente se fabrican de anís o culantro y son de color morado y blanco.
- Los especiales o finos que los elabora con diferentes productos: nuez, coco, almendra, etc. son de color blanco
- El confite mixtura que se utiliza exclusivamente en la época del carnaval para ofrendar a la Pachamama en la ch’alla.
El confite mixtura se elabora de dos maneras: una es sólo de azúcar, con los residuos que han quedado de la elaboración de los otros confites, la otra, poniendo de corazón quinua cruda. Este confite se tiñe con colorantes vegetales: rojo, verde, azul, rosado, pero nunca de amarillo ni de morado. Los trabajadores se niegan a usar estos tintes por alguna creencia supersticiosa.
Si se habla de supersticiones y costumbres, son los confiteros son quienes las tienen. Por ejemplo, antes de empezar el trabajo se challa, con bebidas y un poco de coca y durante la elaboración, el confitero debe recibir buena ración de comida y chicha, porque trabaja cerca del fuego.
Además, se dice que el confitero no permite acercarse a la paila donde se está elaborando la golosina; cree que las miradas extrañas pueden agregar algo malo a su elaboración (mal de ojo) y perjudicar la producción del mismo.
Si bien su origen remonta en Potosí, también se pueden encontrar en La Paz y Cochabamba. Su precio varía, pero está estimado en Bs. 160 el quintal y los “finos” cuestan Bs. 240.
Los gustos de los consumidores varían en cuanto a la elección del sabor de sus confites, sin embargo, ninguno puede dudar que son deliciosos. Por ello, cada año se vende una gran cantidad de estos dulces, satisfaciendo los antojos y a la vez contribuyendo al desarrollo de los pequeños productores.
Si bien los encuentras de diferentes colores, formas, sabores y usos siempre hay uno que se acomoda a tu paladar.
Y a ti, ¿cuál es el relleno que más te gusta?
Foto de portada: Los Tiempos