Hablar de vino boliviano, es hablar de un delicioso producto del mestizaje cultural del tiempo de la colonia. La historia nos cuenta que la vid llegó a la Audiencia de Charcas alrededor del año 1548. El vino acompañaba de manera especial a los quehaceres religiosos de los misioneros dominicos, jesuitas y franciscanos, pero también los gustos acomodados de las altas esferas sociales de la época.
Según el portal de Vinos de Bolivia (Wines of Bolivia) las principales variedades introducidas al país fueron “Moscatel de Alejandría” y “Misionera”, conocida también como “Negra Criolla “, variedades de uva que prosperaron en los valles. La producción vitivinícola en nuestro país sin embargo, cuenta con una característica especial, ya que la mayor parte de los viñedos se ubican entre los 1600 y 3000 metros sobre el nivel del mar, por lo que Bolivia puede muy bien ser considerado el país con la mayor superficie de viñedos en altura en el mundo.
Tradicionalmente, el vino define la identidad de los valles en Tarija, donde se cuenta incluso con una Ruta del Vino, que atrae al turista nacional e internacional especializado en vinos y también curiosos visitantes que desean conocer más sobre esta bebida, una de las más antiguas de la humanidad. Sin embargo, la cultura vitivinícola boliviana hoy en día se extiende a valles de otros departamentos como Cochabamba, La Paz y Santa Cruz, y claro está los valles de Chuquisaca (Cinti) donde las viñas viejas todavía se encuentran en producción y donde existen viñas de hasta 300 años de edad que todavía crecen en torno a los árboles de molle, un método ancestral de preservación de las vides.
Los vinos bolivianos, que ya han sido galardonados en el exterior, son una parte fundamental de la cultura gastronómica, y en estos últimos años están alcanzando un protagonismo muy especial en las cartas de los mejores restaurantes del país, fomentando el consumo y la puesta en valor del producto local, como destacados embajadores de nuestro Patrimonio Alimentario.